Pisco Sour
jueves, diciembre 08, 2005
 
The ignorance of chicken
Leyendo un artículo (bueno, el resumen de un párrafo) que encontré, como siempre, en Slashdot, no pude evitar sentir un poco de miedo, sobre todo poco después de haber terminado de leer 1984. "Australian Senator Want To Censor The Net", se titula, sobre un senador en Australia que quiere filtrar todo el contenido en Internet a nivel de los proveedores del servicio, de tal manera que no pueda llegar ningún contenido pornográfico a los consumidores domésticos.
Es descabellado, por muchas razones, pero peor aún, no es totalmente extraño: en los últimos meses/años, son ya muchas las iniciativas que han empezado a surgir en este respecto, de legisladores que en un intento desesperado por salvaguardar la moralidad y las buenas costumbres no encuentran mejor camino que legislar el bien común y determinar lo que todas sus poblaciones deben o no deben, pueden o no pueden ver.

Esto es terrible por muchas razones. Primero está el argumento técnico: no se puede. Es prohibitivo en términos de costo e infraestructura operar un filtro de esa magnitud, con quizás la única opción para ello siendo un modelo como el chino, the Great Firewall of China, que en efecto centraliza absolutamente todas las comunicaciones por Internet y filtra todo el contenido que considere inapropiado el gobierno, que es además dueño de todos los proveedores de servicio a Internet (ISPs, por sus siglas en inglés). Pero incluso en China, el polémico, arbitrario e injusto modelo es imperfecto: son muchos los que encuentran la manera de darle vuelta al sistema, publicando en blogs, foros libres, su contenido objetable, pero claro, por hacerlo terminan en la cárcel. No es posible filtrar Internet, por su propia naturaleza descentralizada, inmanente desde lo conceptual. Siempre existirá una manera de darle vuelta al filtro, al bloqueo, porque la información fluye demasiado como para poder detenerla. Este post está publicado en los servidores probablemente en Estados Unidos de una compañía probablemente en algún otro lugar de EEUU, escrito desde una magra y desesperante computadora en algún lugar remoto como el Perú acerca de sucesos que ocurren en Australia, y para llegar a su destino final tendrá que atravesar todos los espacios intermedios en cuestión de segundos. El modelo fundacional original sobre el cual se diseñó Internet, con el propósito de poder resistir ataques nucleares, es precisamente el que un paquete X cargando información, al encontrar un bloqueo en el camino (en el diseño original, porque el servidor ha sido arrasado por una bomba), automáticamente es redirigido por una nueva ruta para llegar a su destino. Es una técnica conocida como packet switching, o conmutado de paquetes, y es lo que da lugar a modelos de red distribuidos antes que centralizados.



No he agotado el argumento técnico, pero antes de que se me cuelgue (de nuevo) la computadora quiero pasar a el que me parece más interesante, el argumento político. Estas tentativas de legislar lo inlegislable son, en el fondo, nada más que intentos desesperados por parte de los elementos constituyentes de los viejos Estados-Nación por aferrarse desesperadamente a los pocos vestigios que les quedan de soberanía y control. Los Estados y sus legisladores se encuentran con una realidad en la cual el poder cultural que ejercían antes sobre sus poblaciones (con métodos tan efectivos como la televisión) se está erosionando, que la información se escapa de sus manos en todas las dimensiones y que, en efecto, están perdiendo cuotas de poder ante los mecanimos de socialización que eso genera. Entonces hay que luchar contra ello, de alguna manera, y la mejor es la de escudarse detrás de lo que se presenta como patentemente inmoral, como en este caso en Australia: el argumento "pero piensen en los niños" para prohibir la pornografía infantil o algún tipo de elemento que genere muy poco rechazo (porque el que se oponga a la prohibición de la pornografía infantil quedará inmediatamente marcado) y que siente un precedente suficientemente fuerte para luego poder ir escalando en la escala de las prohibiciones sin que cueste mucho trabajo, finalmente. Sin ánimo de sonar a retórica liberal, es el Estado jugando el papel de Big Nanny, junto a padres incapaces de criar realmente a sus hijos y que prefieren ceder las funciones y responsabilidades de hacerlo a alguien más, sea la televisión, el Estado, el colegio, quien sea, y el Estado no tiene ningún problema con ello, pues le permite, en cierta medida, justificar su propia existencia.

Son dos elementos que se juntan: por un lado, la patente ignorancia de cómo funciona un sistema como Internet, lo que genera en términos de socialización y las potencialidades que encierra, junto al aferramiento a las viejas estructuras que sí se entienden de los Estados clásicos de medios asincrónicos y asimétricos. Sería bueno citar a Wittgenstein al afirmar que "sobre lo que no se puede hablar, es mejor callar", en un vil trastocamiento de sentidos, pero sabemos por experiencia que nuestros legisladores no se callan a menos que sea para decir algo inteligente. Internet se defiende por sí solo, es amoral y no encierra ninguna predisposición de contenido, pero lo cierto es que sus formas netamente formales ejercen una formidable influencia en nuestras determinaciones materiales: o lo que es lo mismo, la forma como actuamos empieza a ser influenciada por la forma como opera Internet. Muy de a pocos, y no deja de encerrar un tufo futurológico. Pero ante el sacudido de las estructuras, tiembla el viejo orden -por ponerlo en cierta retórica marxista- y se aferra con todo lo posible a las estructuras de antaño, enmohecidas y gastadas. No llego a una conclusión determinante por ahora, porque siento que tengo de por medio demasiados presupuestos que quisiera resolver, y porque me faltan evidencias empíricas. Por lo pronto, sólo la advertencia general: Big Brother tiene miedo, y no escatimará recurso alguno para defenderse.

Esbozos primigenios de lo que podría algún día ser filosofía de lo-que-está-pasando-ahora.
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